Antes de nada, para quien no me conozca, me presento: soy Rocío, filóloga inglesa, traductora del inglés al español y correctora. Empecé a interesarme por estas profesiones allá por 2010, y, después de pasar por una empresa y de cursos varios, por fin decidí lanzarme por mi cuenta. Ahora que ya he logrado meter la cabeza en el mundillo de la traducción, y que ando con algo más de tiempo estos días, me gustaría compartir un par de pensamientos sobre la profesión.
Por un lado, cuando estudias una filología inglesa (voy a usar ese ejemplo, pero es extrapolable a cualquier idioma) o algo relacionado con la traducción, la gente, por lo general, tiende a pensar que eres un diccionario —eso quien no piensa directamente que eres profesor—. En cierto modo, lo puedo llegar a entender, pero, pensándolo fríamente, por esa regla de tres tendría que saberme el Diccionario de la lengua española enterito, ¿no…?
¡MEC! ¡ERROR!
Ser traductor no significa ser un diccionario, así que no te extrañes si al peguntar a uno qué significa tal o cual palabra se le hincha la vena del cuello. Además, si nos supiéramos los diccionarios de la a la z, menuda gracia para lexicólogos y editoriales especializadas. Puede que haya algún coquito con una memoria prodigiosa, pero no creo que sea lo habitual.
Por otro lado —y espero no ser vapuleada por esto que voy a decir—, yo considero que para ser un buen traductor no es necesario hablar la lengua desde la que traducimos.
Seguro que muchos habréis arqueado las cejas al leer dicha afirmación, pero el traductor —que no el intérprete— trabaja con la palabra escrita u oída, y para eso hay que entender, no hablar. Pensadlo bien. Puedes ser un paquete hablando inglés pero una máquina traduciendo; una cosa no está reñida con la otra.
Es más, yo creo que, en estos momentos, aprobaría un oral con un siete peladillo. Aunque recuerdo aquella vez, durante mi estancia en Crawfordsville (Indiana), en la que, en uno de los pocos bares que había en el pueblo, me preguntó la camarera que si era de Boston cuando me dirigí a ella en inglés. La verdad es que lo gocé. Aquello fue el culmen de mi habilidad oral con el inglés.
El caso es que si no hablas una lengua a menudo… se oxida, y eso es lo que me pasa a mí. Pero ¿me impide eso traducir y entregar buenos trabajos? No, como tampoco lo hace que no haya estudiado Traducción o que no tenga ningún título de inglés —al margen de mis estudios—, otro tema que me resulta gracioso: parece que si no tienes un título no sabes inglés.
Bueno, pues ahora os toca a vosotros —a quien tenga un rato y le apetezca— hablar de vuestras impresiones al respecto. ¿Alguna vez os lo habíais planteado?